24 de noviembre de 2008
La reciente cumbre del llamado Grupo de los 20 o G-20 en Washington ha sido apenas una cumbre más.
Se ha querido comparar a esta cumbre con la de Bretton Woods, celebrada en 1944 en el Hotel Mount Washington en Bretton Woods, New Hampshire. Nada más alejado. Aquella cumbre duró 21 días, participaron 44 países y fue el resultado de más de más de dos años de preparación. Muchos países enviaron delegados técnicos de primer nivel. En particular el Reino Unido, cuyo representante era nada menos que John Maynard Keynes.
De Bretton Woods salieron acuerdos que están vivos 44 años después: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el uso del dólar como moneda internacional. Tres años después, en la Conferencia de La Habana, se creó el GATT (Acuerdo general sobre comercio y aranceles), precursor de la Organización Mundial de Comercio. Las tres instituciones fueron parte del plan de regulación de la economía mundial tras la Segunda Guerra Mundial, que incluyó la reducción de aranceles y otras barreras al comercio internacional.
Ahora no hay nada ni parecido. Se dijo que los países del G-20 se comprometieron a establecer un mayor nivel de cooperación para la reglamentación del sistema financiero internacional y respaldaron los planes gubernamentales ya en curso para salvar a sus respectivas economías. También llamaron a reformar el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, con el fin de darles mayor poder a los países emergentes en la dirección de estos organismos.
Se habla de mayor regulación de los sistemas financieros, pero nadie tiene claro exactamente de qué se está hablando. En la mayoría de los países de Europa la regulación de los mercados financieros es hecha por el Estado, en algunos casos con pesados entes reguladores. En esos casos, ¿más regulación prevendrá nuevas crisis? Esos mega reguladores no pudieron prevenir la caída de los bancos de sus países.
El primer ministro británico propuso un “colegio de supervisores” que vigilara el comportamiento de las grandes firmas financieras mundiales. También se propuso un set de normas internacionales sobre qué debe ser regulado y cómo: desde fondos de cobertura a límites de apalancamiento.
Difícilmente haya algún acuerdo profundo. Los dos modelos regulatorios en pugna –el puramente estatal defendido por los europeos y la regulación con participación privada defendida por los Estados Unidos y el Banco Mundial- muestran grandes distancias y aún no se ha podido demostrar las bondades de uno sobre otro.
Por otra parte, la regulación de los mercados continúa siendo un asunto en el que los Estados no están dispuestos a perder soberanía.
Tampoco está demostrado que la falta de regulación o sus imperfecciones haya sido la causa última y principal de la crisis financiera. Es probable que la regulación tenga su cuota parte de culpa, pero las políticas económicas equivocadas son las grandes responsables. El capitalismo seguirá existiendo, pese a los que auguran su muerte y sus ciclos también. Esos ciclos pueden ser más o menos profundos dependiendo de las políticas que se apliquen.
A cada crisis precede un período de boom, esta vez fomentado por una fenomenal baja de las tasas de interés a partir de 2000, además de otras señales equivocadas transmitidas por el gobierno de los Estados Unidos a sus ciudadanos y al mundo.
La difícil tarea del nuevo gobierno americano será poner su propia casa en orden reduciendo sus desequilibrios presupuestarios y fomentando el ahorro en lugar del consumo desenfrenado. Sólo así habrá una economía mundial más estable y con menos altibajos.
"Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez". Martin Luther King
Una cumbre más
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