7 de julio de 2008
Lamentablemente, no hay más remedio que volver sobre el tema de la inflación. Y es que la variación del Índice de Precios del Consumo (IPC) en el mes de junio fue extraordinariamente alta (1,28%) y bastante por encima de lo que, en promedio, el grupo de analistas consultados por el Banco Central (BCU) esperaba (0,73%).
Lo único bueno de la noticia es que en Uruguay no se toquetean los índices inflacionarios. Todo lo otro que se puede leer a partir de un índice tan elevado no es bueno. Para empezar, ya casi se puede asegurar que la meta de inflación de un máximo de 7% no se cumplirá. También, al igual que el año pasado, posiblemente el gobierno tenga que practicar juegos malabares con los precios administrados para que el aumento general no llegue al 10%.
Se podrá decir que casi todo el mundo está padeciendo el fenómeno de la inflación alta y que, en América Latina, hay muchos países que superan a Uruguay en la materia. Un mal de muchos es una pandemia. Pero, de una pandemia siempre hay algunos que zafan. Por ejemplo, México, con una inflación de 4,95% en los últimos 12 meses, Brasil con 5,58% o Perú con 5,71%. Es cierto que son pocos los países que están logrando mantener la inflación a raya. Pero, evidentemente, algo están haciendo mejor que Uruguay, ya que los shocks externos se padecen casi por igual.
Al parecer, la explicación pasa por la aplicación de un conjunto coherente de políticas macroeconómicas, principalmente en el plano fiscal y monetario, y por la preocupación genuina por mantener la inflación dentro de determinados límites. Todos estos países tienen sus cuentas públicas en orden (con equilibrio o superávit) y utilizan eficazmente medidas monetarias para atacar el alza descontrolada de los precios.
Pese a que el Comité de Coordinación Macroeconómica ha ratificado sucesivamente metas de inflación, la política ha oscilado entre medidas para su control y medidas para sostener el tipo de cambio, dos objetivos prácticamente incompatibles. A su vez, el BCU ha ensayado diversas medidas monetarias, todas con paupérrimos resultados en el corto plazo, en gran parte debido a problemas estructurales de larga data.
La única política que podía ayudar era la fiscal, pero ha jugado en contra. El Estado no tiene sus cuentas en orden ni las tendrá en los próximos dos años. Salvo que se dé una coyuntura extraordinariamente buena, es probable que el próximo gobierno tenga que recurrir a la vieja receta del ajuste fiscal.
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