12 de mayo de 2008
El último aumento del precio de los combustibles que comenzó a regir el martes pasado ha dado y dará mucho que hablar. Pero, además, debería provocar a una profunda reflexión acerca de los criterios de fijación de los precios de los combustibles, de la política tributaria de los combustibles y sobre quién debe pagar por los errores cometidos en el pasado.
Tras el ajuste, el precio del gasoil quedó levemente por encima del precio de la nafta. Es la primera vez que sucede esto y pone a Uruguay como el único país en el esto ocurre.
En 2003 se comenzó a reducir la distancia que existía entre el precio del gasoil y de las naftas y, en 2004, el precio del gasoil sin impuestos pasó a ser superior al de las naftas. Todo indica que, desde entonces, el precio del gasoil ha seguido la evolución del precio internacional del petróleo, mientras que las naftas no. En los hechos, Ancap estaría “subsidiando” a las naftas.
¿Y esto por qué? Porque durante muchísimos años se había subsidiado al gasoil. Si bien es cierto que de un barril de crudo se obtiene más gasoil que naftas, históricamente la diferencia de precios fue muy superior a la técnicamente admisible. Ello generó una demanda de gasoil desproporcionada, que “obligó” a Ancap a refinar el petróleo necesario para atenderla con la consecuencia de un “sobrante” de naftas que se exporta a precios internacionales.
Esas señales que durante años se estuvo dando desde el Estado a los particulares se han querido revertir drásticamente en los últimos años. Esto ha generado un costo adicional para quienes se vieron “engañados” y, en alguna medida, un “beneficio” para los perjudicados de antes. Pero este cambio drástico de criterios no ha dado todos los frutos esperados, ya que la demanda de combustibles es inelástica: no se cambian flotas enteras de vehículos en poco tiempo.
Detrás de esta nueva política de fijación de precios subyacen problemas aún más serios: el alto costo de Ancap y los elevados impuestos. Aún sin impuestos, los combustibles uruguayos son más caros que los de la región, a lo que se le debe agregar la elevada carga tributaria de las naftas, del orden del 60%. Es hora de pensar seriamente si vale la pena una refinería costosa con capacidad ociosa y si no es hora de bajarle drásticamente la carga tributaria a los combustibles. Como dijera el Ing. Andrés Tierno Abreu, hace rato que los combustibles dejaron de ser productos de lujo.
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