10 de marzo de 2008
No tiene rascacielos ni ha construido estadios. De hecho, su principal empresa está alojada en una antigua fábrica de cubiertas. Las oficinas de otra de sus empresas lucen descuidadas, con pobre iluminación y olor a cigarrillo. Recostadas a las paredes hay pilas con cajas. La yuxtaposición de riqueza y austeridad es una de sus características. “Sé austero en tiempos prósperos, en tiempos de vacas gordas; eso acelera el crecimiento empresarial y evita cambios drásticos en tiempos de crisis”, es uno de sus principios.
El mexicano Carlos Slim fue catalogado la semana pasada por la revista Forbes como la segunda persona más rica del mundo, detrás del estadounidense Warren Buffett. El patrimonio de Slim se estima en US$ 60.000 millones, superando por US$ 2.000 millones al del ex número uno, Bill Gates. En sólo cinco años Slim multiplicó por ocho su fortuna, marca que ningún hombre de negocios en el mundo ha logrado, según la revista.
Slim, hijo de un inmigrante libanés, se inició como corredor de bolsa en 1965, a los 25 años. Desde entonces no ha parado de crear y adquirir empresas de los más diversos ramos. Sus principales inversiones se encuentran en el área de la telefonía, donde posee participaciones mayoritarias en las empresas Telmex y América Móvil, hoy expandidas en casi todos los países de América Latina.
Durante décadas Slim mantuvo un perfil bajo y cultivó silenciosamente sus contactos dentro del “establishment” político mexicano. Según algunos analistas, esas conexiones con el poder le fueron útiles a la hora de presentarse a la privatización de Telmex en 1990, empresa que adquirió junto a SBC (hoy AT&T) y France Telecom. Slim consiguió siete años de garantía monopólica, en un momento en que todas las empresas de telefonía del mundo tenían la intención de expandirse a nuevos mercados.
Pese a ello, no hay duda de que Slim está haciendo historia. Es el primer empresario de América Latina en pelear la punta de la lista de las personas más ricas del mundo, con una fortuna construida desde cero por sí mismo. Y ello logrado en un contexto desfavorable para el empresariado y sorteando profundas crisis macroeconómicas. Todo un ejemplo a imitar.
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