In gold we trust

Cuenta la leyenda que a Midas, originalmente un rey pobre, le fue otorgado por parte del dios Baco el don de convertir en oro todo cuanto tocaba. Ya desde entonces el oro causaba fascinación. Jasón y los argonautas salieron en busca del vellocino de oro. Los hebreros adoraban al becerro de oro, un falso dios. Craso fue asesinado con oro fundido vertido en su garganta. Colón creyó que el oro contribuía a llevar a las almas al paraíso. Pizarro fue asesinado rodeado de su oro. John Sutter vio su chacra californiana invadida a raíz del descubrimiento de oro. Charles De Gaulle soñó con la superioridad de Francia en base a la posesión de oro.

Si bien el oro ya no despierta tantas pasiones, igualmente continúa siendo valorado. Y su valoración no viene en absoluto del respaldo en oro que pueda tener el papel moneda. La convertibilidad del dinero en oro fue abolida definitivamente en 1971 por el presidente Richard Nixon. Allí fue cuando cayó del muro el Humpty-Dumpty de oro y ya nadie mostró gran interés en reunir sus pedazos, al decir del historiador económico Peter L. Bernstein.

El hecho de que recientemente el metal amarillo haya sobrepasado la barrera de los US$ 900 la onza tiene otras explicaciones. Sin dudas, la demanda por oro y por productos financieros basado en este metal aumentó en los últimos meses debido al miedo acerca de la salud del sistema financiero. Invertir en oro, así como en otros bienes e, incluso, en obras de arte, es como comprar terrenos en el paraíso, un lugar a salvo de los vaivenes terrenales.

No es fácil predecir a qué valores puede llegar la onza. Pero algunos datos pueden dar pistas. El precio todavía no está ni cerca de su máximo de 1980. A valores de hoy, el máximo anterior de US$ 871 sería de US$ 2.384 la onza. A su vez, la producción mundial está estancada en unas 2.500 toneladas anuales y la demanda crece, más allá del efecto especulación. En Rusia, por ejemplo, donde la clase alta luce orgullosa adornos de oro, la demanda creció 25% en el último trimestre de 2007.

Para algunos analistas, como Oscar Cabrera, de Goldman Sachs, no sería extraño que en el mediano plazo el oro tocara los US$ 1.000 la onza.


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