Fines de 2008. Un mega avión estadounidense cayó al mar en medio del Atlántico. Había estado volando en declive durante largo tiempo. Los buzos rescatan la caja negra. Se escuchan las grabaciones y se descubre que el piloto había entrado en pánico. Previendo la caída, tomó todas las medidas que le habían enseñado en sus cursos de posgrado. Ninguna le funcionó. Peor aún, agravaron los problemas.
Este bien podría ser el comienzo de una novela que relatara los acontecimientos de la economía norteamericana. El declive ya habría empezado y su piloto, Ben Bernanke, presidente del banco de la Reserva Federal, ya tomó la primera medida desesperada.
A principios de enero un par de analistas de Wall Street afirmaron que la economía de los Estados Unidos ya se encontraba en recesión. Los mercados se pusieron nerviosos. El viernes 18 el presidente George W. Bush reaccionó proponiendo al Congreso un paquete de medidas para estimular la economía con un costo de unos US$ 150.000 millones. Más nerviosos se pusieron los mercados. “El gobierno lo reconoce; la recesión ya está instalada”, pensaron.
El lunes 21 fue el día de Martin Luther King y no se trabajó; se pensó qué hacer. Los mercados del resto del mundo, con su negrura, ayudaron a tomar decisiones. La Reserva Federal, que tenía previsto reunirse la semana siguiente para tomar una decisión, se adelantó y el martes madrugó con una baja de su tasa de interés de referencia de 0,75%, exactamente lo que el mercado esperaba. La calma no vino y el declive siguió.
No sólo eso. El mercado de futuros de tasas de interés de corto plazo reaccionó fuertemente, para reflejar las previsiones de que la Reserva Federal volverá a recortar sus tasas de interés este mismo mes. Se descuenta otra rebaja de al menos 0,25% cuando el Comité Federal de Mercado Abierto de la Fed (FOMC, por sus siglas en inglés) se reúna el 30 de enero. Los restantes días de la semana transcurrieron con altibajos.
Podría estarse ante el efecto Pigmalión, por el cual las creencias y expectativas colectivas influyen de tal manera que provocan hechos que terminan confirmando esas mismas expectativas. Actúan, en definitiva, como profecías autocumplidas.
Ahora ¿está o estará la economía de Estados Unidos en recesión? Hay señales contradictorias. Está claro que la economía está perdiendo vigor. La caída en picada del valor de las viviendas está enfriando el gasto de los consumidores, los despidos están a la orden del día y los bancos y otras instituciones de crédito afectadas por la crisis “subprime” están lejos de querer otorgar préstamos.
Pero el Producto Bruto Interno (PBI) aumentó un 4,9% en el tercer trimestre de 2007 y se estima que siguió en expansión durante el último trimestre. Las exportaciones están fuertes gracias a la debilidad del dólar. Así que, mientras que la recesión es una posibilidad, no es inexorable. Y si, por el efecto Pigmalión o por causas reales, se llega una recesión, ésta seguramente será breve y leve, parecida a la del 2001, con un decrecimiento económico de, tal vez, 0,5% durante un par de trimestres y un desempleo aumentando de su actual 5% a, quizá, 5,5%.
Para algunos analistas, como Shawn Tully, al recortar las tasas demasiado pronto y a menudo, Bernanke está actuando como si una recesión (incluso una suave) debiera ser una calamidad que tiene que ser evitada a toda costa. “Es mejor pasar ahora por una pequeña recesión y matar la inflación inmediatamente, que enfrentar después el riesgo de una inflación mayor y una recesión más profunda”, sentenció Allan Meltzer, economista de la Carnegie Mellon University y unos de los principales expertos en políticas monetarias.
“Bernanke está sembrando el terreno para una recesión incluso más profunda”, señala Tully, quien predijo la caída de la burbuja de las punto com en 2000. Bombear dinero al sistema ahora podría alimentar la inflación y eso forzaría a la Reserva Federal a efectuar un incremento agudo de tasas en el futuro, como ocurrió a fines de la década de los años 70.
En esos años se había descuidado la inflación al punto que el presidente Paul Volcker debió tomar medidas draconianas a principios de los años 80 para vencerla. El precio que hubo que pagar fue una profunda recesión, con un desempleo tocando el 11% en 1982. “La mentalidad es la misma”, dice Meltzer. “Tan pronto nos deshagamos del riesgo de recesión haremos algo sobre la inflación”. “Pero eso llegará muy tarde”, añade.
No hay duda de que una recesión en los Estados Unidos pegará en las economías de los países emergentes. Las exportaciones son muy importantes para la mayoría de ellos. Rusia y Brasil, por ejemplo, dependen de la demanda y de los altos precios de los bienes primarios. El consumo interno no es capaz de sustituir en el corto plazo a las exportaciones a los Estados Unidos. India y China enfrentan restricciones de infraestructura que restringirán su crecimiento. La inflación y las tasas de interés en alza también contribuirán negativamente. La mayoría de las monedas se han apreciado frente al dólar, lo que ha hecho atractiva la captación de capitales del exterior, pero ha perjudicado a los exportadores.
Muchos países también son dependientes del financiamiento externo, ya que tienen déficit comercial y fiscal. India, por ejemplo, tiene un déficit comercial de 10% del PBI y un déficit fiscal del 3%. Cambios en las condiciones de financiamiento afectarán negativamente las posibilidades de crecimiento. Para otros quizá se complique con las remesas personales, una de las principales fuentes de divisas de algunos países centroamericanos.
A todo este panorama hay que agregar que la mayoría de las economías asiáticas, incluyendo a Japón, seguramente tengan problemas en el corto plazo debido, no ya a una eventual crisis global, sino a gruesos errores de sus conductores.
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